Los BRICS, que representan más del 40% de la población mundial y una porción significativa del PIB global, parecían destinados a liderar una transformación histórica del sistema económico internacional. La desaceleración de Estados Unidos, las tensiones políticas internas y el uso del dólar como mecanismo de sanciones habían creado el escenario perfecto para que el bloque emergente consolidara una alternativa real al orden liderado por el G7. Sin embargo, las tensiones internas entre China e India, la presión geopolítica sobre Rusia y la falta de cohesión frente a temas como la expansión del bloque y la creación de una moneda común han frenado sus ambiciones. Aunque el Nuevo Banco de Desarrollo avanza, lo hace a un ritmo muy inferior al proyectado, mientras la esperada “moneda BRICS” continúa siendo un proyecto sin consenso.
A pesar de su reciente ampliación a diez miembros —incluyendo Egipto, Etiopía, Irán y Emiratos Árabes— la ampliación ha introducido más conflictos que alineación estratégica. Las disputas entre Irán y Arabia Saudí, o entre Egipto y Etiopía por el agua del Nilo, dificultan la construcción de un frente económico sólido en un momento en el que Estados Unidos aumenta presiones comerciales, con amenazas arancelarias de hasta 100%, particularmente contra Brasil, Sudáfrica e Indonesia. La oportunidad histórica de actuar coordinadamente para influir en el comercio global parece desvanecerse, no por falta de recursos, sino por la incapacidad de actuar como un bloque cohesionado. Aunque los BRICS mantienen relevancia geoeconómica, su ventana para convertirse en un contrapeso real al G7 se estrecha rápidamente.