El despliegue de buques, submarinos y cazas estadounidenses en el Caribe no solo evidencia una demostración de fuerza, sino el inicio de un pulso estratégico que deja en evidencia la fragilidad del régimen de Nicolás Maduro. Con un presupuesto militar de US$895.000 millones frente a los US$4.000 millones de Venezuela, la asimetría es abrumadora. Las sanciones, la caída del 99 % en los ingresos públicos y unas reservas de apenas US$12.200 millones reflejan un país sin capacidad de sostener una economía de guerra. A esto se suma el colapso operativo de sus fuerzas armadas —con cazas rusos inactivos, fuga de técnicos e ingenieros, y un ejército enfocado en el control interno más que en la defensa externa—, lo que convierte cualquier amenaza de confrontación en un riesgo más político que militar.
Ni Rusia ni China parecen dispuestas a intervenir más allá del discurso, pues su apoyo es pragmático y económico, no bélico. Para Washington, la estrategia no pasa por invadir, sino por desgastar: bloqueos, presión económica y ataques de precisión bastarían para paralizar al país. El resultado es un aislamiento geopolítico total y una vulnerabilidad que impacta a toda la región. Para Colombia y América Latina, este escenario redefine los flujos de inversión y subraya la importancia de anticipar riesgos políticos y comerciales. En este tablero, el “choque” ya no se mide por misiles, sino por el poder económico y la información estratégica.