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¿Qué gana y qué arriesga Colombia al unirse al megaproyecto chino de la Ruta de la Seda?

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  • Colombia oficializó en 2025 su ingreso a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, con expectativas de inversión en infraestructura, comercio y tecnología.
  • El acuerdo ofrece oportunidades de financiamiento y modernización, pero también plantea riesgos de endeudamiento, desequilibrios comerciales y tensiones geopolíticas.
  • Su impacto en el mercado financiero dependerá de la gestión estatal, la calidad de los proyectos y el equilibrio en las relaciones internacionales.

El 14 de mayo de 2025, Colombia formalizó su ingreso a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), un ambicioso plan de integración global liderado por China que busca expandir su influencia mediante infraestructura, comercio e inversión. La reunión entre los presidentes Gustavo Petro y Xi Jinping en Beijing culminó con el anuncio de la adhesión, y marca un cambio de dirección en la política exterior colombiana, históricamente más cercana a Estados Unidos. El acuerdo representa, para algunos sectores, una puerta hacia nuevas fuentes de financiamiento y cooperación tecnológica, mientras que para otros plantea interrogantes sobre sostenibilidad de la deuda, equilibrio geopolítico y efectos estructurales en la economía.

Beneficios

Uno de los beneficios más inmediatos del acuerdo con China es el acceso a nuevas fuentes de financiamiento para obras de infraestructura que históricamente han enfrentado cuellos de botella por falta de recursos. La iniciativa promete créditos preferenciales para proyectos estratégicos como la segunda línea del metro de Bogotá, la modernización de puertos como el de Buenaventura y la expansión de plantas de generación eléctrica. Estos proyectos no solo tienen impacto directo sobre la productividad, sino que también dinamizan el mercado financiero local al movilizar recursos del sistema bancario, asegurar la participación de firmas de seguros y estimular la emisión de instrumentos financieros ligados a la infraestructura. A su vez, la posibilidad de cofinanciar obras a través de bonos temáticos, como los bonos verdes o bonos de impacto social, abre nuevas líneas de negocio para actores institucionales y contribuye a diversificar la oferta en el mercado de capitales colombiano.

En el ámbito comercial, el acuerdo también puede significar una ganancia neta para el país. China es ya el segundo socio comercial de Colombia y su principal origen de importaciones. Con la IFR, se espera una expansión de las exportaciones hacia el gigante asiático, incluyendo productos agrícolas como café, flores y banano, pero también materias primas mineras y, potencialmente, bienes intermedios con algún grado de transformación. Esta diversificación geográfica reduce la dependencia tradicional de Estados Unidos y mejora el perfil de ingresos en divisas del país, lo que se traduce en mayor estabilidad cambiaria. Desde la perspectiva financiera, ello favorece una mejor gestión del riesgo por parte de bancos e inversionistas, estabiliza los flujos internacionales y mejoraría la percepción de riesgo soberano en los mercados internacionales.

Adicionalmente, la dimensión tecnológica del acuerdo incluye compromisos de cooperación en inteligencia artificial, energías limpias, transporte inteligente y salud digital. Este tipo de transferencias puede estimular el surgimiento de nuevos sectores productivos y atraer inversión extranjera directa en industrias de futuro, por lo que, representaría también una oportunidad para que firmas emergentes colombianas accedan a capital de riesgo, y para que el país fortalezca su ecosistema de innovación financiera, especialmente en lo relativo a Fintech y banca digital. Desde esta óptica, la vinculación a la BRI se alinea con los esfuerzos por modernizar la estructura económica nacional, y no se limita únicamente a un intercambio de bienes físicos.

Desventajas

Por otro lado, uno de los principales riesgos del acuerdo está relacionado con el endeudamiento externo. Casos como los de Venezuela, Ecuador o Sri Lanka han sido citados con frecuencia como ejemplos de países atrapados en condiciones crediticias onerosas tras adherirse a la IFR. Aunque las condiciones anunciadas para Colombia parecen ser favorables, no hay garantías de que la deuda contraída no se convierta en una carga fiscal a futuro, especialmente si los proyectos financiados no generan retornos proporcionales. Esto puede comprometer la sostenibilidad de las finanzas públicas, elevar el riesgo país y, en consecuencia, aumentar los costos de financiamiento para el Estado y las empresas privadas. Desde el punto de vista financiero, el impacto se traduce en tasas de interés más altas, mayor presión sobre el tipo de cambio y una eventual contracción del crédito disponible para el sector productivo.

Un segundo punto crítico es el desequilibrio estructural en la balanza comercial con China. Actualmente, Colombia mantiene un déficit superior a los 13 mil millones de dólares con este país, y no está claro que el acuerdo logre revertir esa asimetría. Un incremento descontrolado de las importaciones chinas, especialmente de manufacturas, podría desplazar producción local, generar desempleo en sectores industriales sensibles y aumentar la vulnerabilidad frente a choques externos. Además, una balanza comercial persistentemente negativa puede deteriorar las reservas internacionales y conllevar a presiones cambiarias que afecten la estabilidad macroeconómica.

También deben considerarse las tensiones geopolíticas derivadas de este giro, pues este posicionamiento no está exento de tensiones. Estados Unidos ha manifestado explícitamente su oposición a que se destinen fondos de desarrollo a empresas chinas en Colombia en el marco de la IFR. Esta postura refleja una preocupación más amplia en Washington sobre la creciente influencia china en América Latina, una región que tradicionalmente ha estado bajo su esfera de influencia. En un contexto internacional caracterizado por rivalidades crecientes entre potencias, el alineamiento excesivo con uno de los polos puede traducirse en sanciones, aislamiento diplomático o incluso penalizaciones comerciales, lo cual afectaría directamente los flujos de inversión y la confianza de los mercados.

Además, la participación del capital chino en proyectos de gran escala exige el fortalecimiento de los marcos regulatorios, las capacidades de supervisión y los mecanismos de rendición de cuentas, para evitar que los beneficios económicos se vean eclipsados por impactos sociales o ambientales adversos que deriven en conflictos y litigios. En términos financieros, un entorno de baja gobernanza puede traducirse en mayor incertidumbre jurídica, aumento de primas de riesgo para inversiones, y menor apetito por instrumentos de deuda locales. La percepción de que las reglas pueden ser flexibles o cambiar según conveniencia política deteriora la confianza, y puede tener efectos duraderos sobre la profundidad y eficiencia del mercado financiero colombiano.

En conclusión, la adhesión de Colombia a la Iniciativa de la Franja y la Ruta representa una decisión estratégica con implicaciones profundas para su desarrollo económico y financiero. La posibilidad de acceder a recursos frescos, modernizar infraestructura, diversificar comercio e impulsar sectores de alta tecnología es, sin duda, una oportunidad. Sin embargo, los riesgos asociados a un endeudamiento excesivo, al desequilibrio comercial, a las tensiones geopolíticas y a una ejecución deficiente de los proyectos requieren atención urgente y medidas preventivas. El éxito o fracaso de esta alianza dependerá, en gran medida, de la capacidad del Estado colombiano para negociar con criterio técnico, establecer prioridades claras, fortalecer sus instituciones y mantener una política exterior equilibrada que no comprometa su autonomía. Si se logra ese equilibrio, el acuerdo con China podría convertirse en una palanca para el desarrollo sostenible. Si no, podría derivar en una nueva dependencia, esta vez del gigante asiático.

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